Somos una familia numerosa confinada en un piso de escasos metros sin terraza ni balcón. Y no, los niños no lo llevan fenomenal. Pero damos gracias a Dios y a nuestros sanitarios, que están dando hasta sus vidas mismas, por no haber perdido a ninguno de nuestros padres o abuelos.
Hace semanas apagamos el televisor, hastiados de que cada noticiero fuera idéntico al anterior, ya no importaba la cadena o el día de emisión. Lejos de informar, sólo podían verse niños exultantes de felicidad, gente que aprovechaba el confinamiento para leer, hacer deporte, cantar de manera admirable o animar a sus vecinos tocando algún instrumento.
Más que ante una pandemia mundial que se cobra a millares las vidas de nuestros compatriotas, parecía que estábamos asistiendo a la retransmisión de un delicioso retiro vacacional, al que debíamos estar agradecidos por hacernos más auténticos, más humanos decían (se ve que antes éramos todos unos cíborgs).
Y como reflejo de esos noticieros felices y esperanzadores tenemos a las 20h la España de los balcones; música de romería, júbilo y arcoíris en las ventanas ¿Cuándo dejamos de llorar a nuestros muertos para dar paso a los aplausos y las sirenas?
Señores míos…por si alguien no se había enterado…
ESPAÑA SE MUERE.